Bajo un cielo de ébano, la luna sangra su luz enferma,
iluminando nuestro baile de sombras, nuestra condena.
Tus risas, ahora lamentos, se enredan en mi pelo,
mientras el viento susurra: "Este es el fin del duelo".
¡Miren al bufón y su dama de hielo!
Él bebe veneno, ella se desangra en el suelo.
Tus labios, antes verdugos, hoy tiemblan de frío,
mientras la copa de cicuta brilla como un desafío.
"Bébeme", dices, y el mundo se inclina,
pero yo elijo el abismo… y tú, la ruina.
Siete años, siete heridas, siete grietas en la piel.
Tu reflejo ya no existe. El mío es un edredón de hiel.
¿Qué somos? Fantasmas de un vals que nadie oyó,
y en este cristal fracturado… ni el diablo nos creyó.
Un trueno rasga el velo de nuestra última escena,
y la lluvia, cual lágrimas, lava nuestra pena.
Tú yaces pálida, vestida de luto y azahar,
yo clavo en tu pecho un puñal… que nunca sabrás nombrar.
Aquí yace "la que amó con furia de huracán",
y a su lado, "el cobarde que no supo amar".
Las raíces del ciprés beben de nuestro adiós,
y en las grietas de la lápida… crece el musgo de nuestra voz.
La arena se agota. El tiempo nos escupe.
Tus últimos latidos son campanas que interrumpen mi suerte.
Y en el último grano… una elección:
¿Morir contigo… o vivir en tu distorsión?
La soga de seda negra besa mi cuello con fervor,
mientras tu fantasma me susurra: "Esto es amor".
El taburete cae. El cuervo grazna su verdad:
"Fue polvo de estrellas… pudriéndose en la eternidad".
La luna se apaga. El circo se quema.
Nuestros nombres los borra la lluvia y la condena.
Y en el viento, un eco de nuestro fracaso:
"Amaron como bestias… y murieron como mariposas clavadas en el cuadro de un coleccionista."